“Musas,
mujeres que inspiramos cambios” es una asociación que reúne a mujeres con
diferentes tipos de discapacidad. Fue creado el 2005 con la finalidad de “crear
conciencia de que las personas con discapacidad tenemos potencialidades que
debemos desarrollar”, dicen las asociadas.
Su núcleo duro está conformado por
cinco mujeres. La inaccesibilidad y las barreras arquitectónicas en diferentes
espacios ha sido el caballito de batalla de las MUSAS. Tres de ellas comparten
sus historias y sus propuestas como activistas.
Madezha Cépeda es la fundadora de
MUSAS. Introdujo el tema de género en la visión de la discapacidad siguiendo la
tendencia de varias lideresas del mundo que se ocupan del tema con una peculiar
visión. Madezha es invidente, nació con una atrofia de retina que le hizo
perder la visión. Tuvo oportunidades, fue a la universidad y estudió educación.
Tiene una maestría en Inclusión de Personas con Discapacidad que terminó en
España.
“Vivimos la discapacidad como si la
dificultad fuera nuestra y que tenemos que ver cómo hacemos para resolverla.
Esa es una perspectiva de un enfoque médico de la discapacidad, un enfoque
asistencialista. Un enfoque de derechos, más bien, dice que hay obstáculos que
se tienen que eliminar porque si tengo características específicas necesito
sitios accesibles. No queremos dar la visión de víctimas o pobrecitas, ni
tampoco confrontacionales”, dice Madezha.
A Mery Díaz le alcanzó una bala
perdida cuando tenía 17 años en medio de una pelea de pandillas en San Juan de
Miraflores. La bala se introdujo en su
columna vertebral y perdió la movilidad del cuerpo de las caderas hacia abajo.
Se moviliza con una silla de ruedas y participa activamente de MUSAS desde hace
5 años. Aprendió que la “discapacidad le puede pasar a cualquiera y,
obviamente, lo primero que pensé cuando me sucedió el accidente fue que mi vida
iba a cambiar”. Terminó la secundaria en un colegio acelerado. La principal
barrera que se encontró fueron los obstáculos físicos. “El transporte es inaccesible. Antes, no me
movilizaba porque no teníamos dinero para pagar el taxi. Como mi salón del
colegio quedaba en el segundo piso mi hermano tenía que cargarme”, dice Mery.
Mery, que vive en Lima Sur ha logrado
que cinco establecimientos adaptaran rampas y/o ascensores. En el Cine Star de
San Juan de Miraflores, logró que se activara un ascensor. En Open Plaza –
Atocongo logró que se instalen unas rampas en la parte de las veredas y un
ascensor, y una rampa más en el Centro Educativo Ocupacional “Margarita
Dammert” que da clases a mujeres con discapacidad.
“Después de seguimiento constante
tuvimos estos logros que demoraron hasta 5 meses en ser efectivos con previa
advertencia de que si no lo hacían iban a quejarse en la Defensoría del
Pueblo”, dice Mery. “Es que la municipalidad entrega licencias de
funcionamiento sin verificar de que sean accesibles, solo verifican la
seguridad para las personas sin discapacidad. Si bien nosotras logramos algunos
cambios pero no es suficiente. Se debe impulsar la creación de una ordenanza y
que se garantice el cumplimiento”, continúa.
A Giovanna Reyes le dio polio cuando
tenía 7 meses de nacida. Vivía en Collique,
en un asentamiento humano ubicado en un cerro del distrito de Comas, la
enfermedad la postró en una cama y hasta los 11 años no conocía nada más que el
pequeño espacio de su habitación. Ahí pasaba el día viendo televisión o leyendo
los periódicos. No se atrevió a salir hasta que
tuvo que viajar a Piura. Vivió durante años en un asentamiento ubicado
en un arenal. Naturalmente, las muletas que la ayudaban a caminar se hundían a
cada paso.
Se ha integrado a MUSAS y también participa
en el programa de accesibilidad que impulsa MUSAS. Ella ha ubicado diferentes
puntos inaccesibles en un tramo de la Avenida Túpac Amaru, la principal avenida
de Comas. Del kilómetro 9 al 14 ha ubicado escaleras peatonales que no tienen
rampas, o puentes peatonales que son totalmente inaccesibles para personas con
sillas de ruedas. “El paradero Naranjal
del Metropolitana, por ejemplo, es inaccesible. No existe una rampa
especial para tomar el bus. Es más, los buses alimentadores que transporta a la
población desde los distritos más apartados por los conos, no son accesibles”,
dice Giovanna.
Además de cumplir con su misión de
abrir más espacios accesibles, las MUSAS se dedican a rescatar a mujeres con
discapacidad que viven confinadas en la pobreza, escondidas por sus propias
familias. Mediante la base de datos de las promotoras de salud, que llegan a
los lugares más remotos de la ciudad, las MUSAS conocen las historias de
mujeres como Maritza a quien encontraron en una pequeña habitación en el AA.HH. de Pamplona en San Juan de
Miraflores, debido a su discapacidad física. Fueron hasta su casa y la
encontraron en un espacio húmedo, sobre una cama oxidada. Nunca salía y vivía
de caridad, cuenta. Finalmente, las MUSAS
le proporcionaron una silla de ruedas que consiguieron por una
colaboración. Así han encontrado a otras mujeres en: Puente Piedra, en Villa
María del Triunfo, en Collique. “Ya sea por la inaccesibilidad o por la
sobreprotección de los padres, estas mujeres no logran salir de su entorno que
las termina marginando”, dice Madezha.
Estas tres mujeres activistas son
madres. El hecho de integrar el concepto de género en el tema de discapacidad
nació porque usualmente sobre las mujeres con discapacidad, recae la
sobreprotección de los padres y la falta de liderazgo en su vida social. “La familia ve a la mujer con discapacidad
más débil aún. Los hombres suelen realizarse con más frecuencia y relegan a las
mujeres”, dice Madezha.
El hecho de ser mujer y de tener una
discapacidad, según MUSAS, encierra una doble marginación. Además, el hecho de
ser mujer y pobre las relega aún más, dice Madezha. Según el Registro de Personas con Discapacidad de CONADIS, en el
Perú hay 43,000 personas con alguna discapacidad, de este número el 38% son
mujeres. Las MUSAS pretenden empoderar a este grueso de mujeres. Primero
reconociéndolas como personas capaces de emprender cambios con su vida y con su
entorno.
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